Esta vacuna se la aplica usted: es fácil y sin aguja
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POR HELENA CORTÉS GÓMEZ
El jabón se puede rastrear desde el 2800 antes de Cristo, en la antigua Babilonia. Aunque no era usado para asearse. Los griegos se daban baños termales como una forma de recompensa luego de un arduo día de trabajo. Y ahí estaba el jabón.
Cinco mil años después se comenzó a entender que en compañía de un adecuado frote, la suficiente agua, limpiarse las manos con él limita las infecciones, y si se trae a hoy, los resfriados, la influenza y hasta el nuevo coronavirus.
Virus como este, del que se habla hoy en el mundo, se adhieren a todo tipo de superficies, incluida la piel. Pero eso no significa que la persona que lo tenga en el codo o en el antebrazo es un infectado, para eso se requiere que ingrese por alguna vía de entrada como la boca, fosas nasales o los ojos.
Varios estudios científicos han demostrado la capacidad de los virus respiratorios para sobrevivir en las manos y las superficies. Por ejemplo, investigadores australianos demostraron que el de la gripe puede sobrevivir en las de los trabajadores de la salud durante más de una hora. Lo contaron en un estudio publicado en la revista Clinical Infectious Diseases (febrero de 2009). Otros como el difundido en American Journal of Public Health en agosto de 2008 han determinado que la higiene de las manos con agua y jabón puede descontaminarlas eficazmente.
Así de fácil…
¿Por qué una medida tan simple funciona contra un virus que puede ser letal para algunos? La respuesta está en la química del colegio.
Antes hay que recordar, cuenta Alejandro Reyes Muñoz, doctor en biología computacional y sistemas de la Universidad de Washington e investigador del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes, que un virus es fruto del autoensamblaje, es decir, de la unión coordinada de tres componentes: ARN, que es su material genético, proteínas y lípidos.
Aquí viene la química unida con la virología explicada por Palli Thordarson, profesor del departamento de química de UNSW en Australia, en su cuenta de Twitter. Este ensamble se produce mediante, principalmente, dos interacciones no covalentes (débiles). Juntos actúan como un velcro, por lo que es muy difícil romper la partícula viral autoensamblada. Aún así, se puede: con agua y jabón.
La membrana de lípidos del virus (grasa), la que lo recubre, es su parte más frágil y también la que le permite “pegarse” a las superficies como la del agua, tela, madera o a la piel. Para romper el velcro se requerirá de la tensión superficial que genera el agua, que es como una especie de malla de moléculas y de la acción del jabón, que tiene una composición molecular particular. Por eso el efecto de remover el virus surge si el agua y el jabón están juntos.
Se podría decir que el jabón tiene una parte a la que le gusta el agua (hidrofílica) y otra a la que le gusta el mugre o los virus (hidrofóbica). Así que el efecto mecánico de estos dos juntos “consigue romper la membrana del virus. Su estructura colapsa y pierde el ARN de su interior. Así queda inactivado”, explica Thordarson.
Sin microorganismos
Desde que la medida se descubrió se subestimó rápidamente. Ignaz Semmelweis fue el primer médico en verlo, si bien pocos le creyeron e incluso luego de mejorar las cifras de mortalidad de las maternas, lo despidieron del hospital de Viena.
En los años 1800 era común que ellas murieran de una enfermedad contraída durante o después del parto, conocida como fiebre de parto o puerperal. Mientras trabajaba en un departamento de obstetricia en Austria, Semmelweis notó que las mujeres que daban a luz atendidas por médicos tenían una tasa de mortalidad mucho más alta que aquellas que daban a luz con parteras.
Para aquella época, cuenta Liliana Carvajal Laverde, instrumentadora quirúrgica egresada de la U. de A. y docente de la Facultad de Medicina de esta universidad, “no se había desarrollado la microbiología, así que no se sabía sobre la existencia de microorganismos. Como el microscopio no estaba del todo desarrollado, no se sabía de los patógenos o siquiera que un virus puede ser mucho más pequeño que una bacteria”.
El médico húngaro comenzó a sospechar de los mismos médicos y luego de ver que uno de sus colegas sufriera la misma enfermedad que las maternas tras cortarse al revisar un cadáver, llegó a la conclusión de que el problema era que los médicos manipulaban los cadáveres durante las autopsias antes de atender a las mujeres embarazadas, y determinó que lavarse las manos les impediría transmitir la enfermedad.
Después de que Semmelweis iniciara una política de lavado de manos obligatoria, la tasa de mortalidad de las mujeres que daban a luz por los médicos se redujo del 18 % al 2 %. Cuando empezó a lavar los instrumentos médicos se redujo al 1 %.
No obstante, el personal superior del hospital seguía sin aceptar que los médicos eran los causantes de la enfermedad de esas mujeres. Creían que las infecciones se propagaban por el aire a través de algo llamado miasmas, y atribuían la baja tasa de mortalidad a un nuevo sistema de ventilación. Semmelweis consiguió otro trabajo como jefe de obstetricia en Budapest (Hungría), donde nuevamente logró reducir la mortalidad insistiendo en que los doctores se lavaran las manos.
En 1861 publicó un libro sobre sus descubrimientos acerca de cómo prevenir la fiebre de parto, pero fue mal recibido. Los relatos históricos lo describen como arrogante y enojado, con tendencia a insultar a sus oponentes. El médico presentó episodios depresivos y murió, desprestigiado, en un manicomio cinco años después, a los 47 años.
Su trabajo solo fue apreciado dos décadas más tarde, después de que las investigaciones de Louis Pasteur, Robert Koch y Joseph Lister produjeran más evidencia para la teoría de los gérmenes y las técnicas antisépticas.
Todavía no se cree del todo
El considerado padre de la microbiología, Louis Pasteur, en 1879, que conoció la historia de Semmelweis, reconoció la higiene de manos como una estrategia que podría prevenir la diseminación de enfermedades. El agua y frotarse con jabón pueden remover gérmenes transitorios que se multiplican, entran a los tejidos y los atacan.
Incluso él afirmó en una charla pública, cuenta Carvajal, que si él tuviera el honor de ser cirujano, se lavaría las manos con más frecuencia y cuidado. Medida costo efectiva que disminuiría diseminación de infecciones. Tampoco gustó que afirmara que “lo que mata a las mujeres son los doctores”.
La trágica historia del médico húngaro recuerda cuán importante es asearse las manos con calma para que se limpien bien: y aplica para cualquier persona o profesión, aunque para los de la salud, sí que más.
Ciento cincuenta años después de la trágica historia del médico húngaro y a pesar de los años de advertencias sobre muertes y enfermedades por infecciones adquiridas en el hospital, estas siguen siendo demasiado frecuentes. Cientos de millones de personas adquieren cada año infecciones relacionadas con la atención de la salud, incluido el 7 % de los pacientes de hospitales en los países desarrollados, y el 10 % en los países en desarrollo, según ha informado la Organización Mundial de la Salud.
Una de las medidas más importantes para solucionar esto parece muy obvia. Usted debe estar cansado de que le pidan que se lave las manos adecuadamente, pero ni siquiera el personal de salud lo logra como debería.
Esta situación es común a todos los países, dice Carvajal. “La higiene de manos aún no es una práctica que se haya adoptado de forma adecuada y consciente. El porcentaje de adherencia de los profesionales de salud de la higiene de manos debería ser del 100 %. Cifras internacionales aseguran que solo el 55 % de personas que atienden pacientes se higienizan bien las manos. No se ha logrado que esta sea perfectamente instaurada en las instituciones a pesar de ser la medida más sencilla y costo efectiva para controlar la transmisión de infecciones asociadas a la atención en salud”.
En Estados Unidos los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades informan que esto a menudo no sucede. “En promedio, los proveedores de salud se limpian las manos menos de la mitad de las veces que deberían”. Y el número de veces que deberían serlo puede ser enorme. “Los proveedores de atención médica podrían necesitar limpiarse las manos hasta 100 veces por turno de 12 horas, dependiendo del número de pacientes y la intensidad de la atención”, dice el CDC en su portal web oficial.
Ni los tapabocas ni las mascarillas N95 ni la orina de niño, como se lee en redes, son la solución para combatir el coronavirus. La medida del lavado es tan común que puede encontrarse al alcance de un buen baño.
El jabón hoy es como una vacuna “hágalo usted mismo” cuando se usa correctamente para lavarse las manos. Implica cinco pasos simples y efectivos (mojar, fregar, enjuagar y secar) como recomienda la Organización Mundial de la Salud. Lavarse las manos regularmente y tener un poco de sentido común en cuanto a la higiene le ayudará a salir de una era oscuridades. Ya lo sabe: el virus es fuerte, pero se rompe fácil.
CONTEXTO DE LA NOTICIA
CLAVES
¿CÓMO PREVENIR EL CORONAVIRUS?
1Evite el contacto cercano con personas enfermas. No las excluya, mantenga la distancia.
2Al estornudar, cúbrase con la parte interna del codo. Si tiene síntomas de resfriado, quédese en casa y use tapabocas.
3Limpie y desinfecte los objetos y las superficies que se toquen con frecuencia en su casa.
4Ventile su hogar. Una buena higiene es fundamental, sobre todo en viviendas de reducidas proporciones.
Tomado de: www.elcolombiano.com